domingo, 29 de abril de 2012

El viejo cascarrabias y el rollito de primavera





  Cuando la frase que lees antes de ver una película es “Eastwood es el protagonista” ya tienes un motivo suficiente para saber que lo que vas a ver no decepcionará. Pero si además incluyes “él es el director” es cuando automáticamente el chip cinéfilo te hace verla sin perder un solo instante, porque sabes que aquello tiene muchos puntos para ser magnífico.

  La película narra la vida del Señor Kowalski, un veterano de la guerra de Corea, cascarrabias y gruñón, que pierde a  su mujer y vive solo en un barrio plagado de hmong (no desesperen se lo explicaré. Es un grupo asiático vietnamita, que pertenece a las zonas montañosas del sudoeste de la República Popular China), y de otros estratos sociales bajos (esto en EEUU es latinos, negros, y los propios asiáticos).

  Al principio vemos la psicología de un hombre solo y orgulloso de estarlo, cuyo carácter le ha hecho alejarse de su familia con el paso del tiempo, y su refugio es su casa y sus radicales ideales xenófobos. Con el paso del tiempo del metraje, el personaje adquiere una humanidad excepcional, muy propia de los personajes de Clint en las películas que dirige (solo tenemos que recordar a J. Edgar, para darnos cuenta de que sería capaz de mostrar el lado más vulnerable del mismísimo Hitler llegado el caso).

  Un hombre anclado en una guerra que separa claramente a los “buenos” de los “malos”, una temática muy propia de los acontecimientos que han marcado el siglo XX para toda su historia, y de la que deberíamos sacar una serie de conclusiones, que aun estamos en proceso de empezar a entender

  Ante todo debemos apuntar que la película aborda un tema social, una realidad en ciertos barrios norteamericanos cuyos miembros son tratados como el último estrato de la sociedad, la última basura si hablamos con propiedad, y por ello usan la violencia para sobrevivir y sentirse fuertes ante una sociedad que les da de lado.

  La humanidad del personaje surge a raíz de una escena difícil de olvidar si has visto la película: Kowalski, escopeta en mano, sale de su casa de madrugada para echar de ella a un grupo de chinos que parece estar peleándose. Esto salva al joven e inocente Thao (a quien durante prácticamente toda  la película se dirige como “rollito de primavera”), de las garras de su indeseable primo, quien quería llevárselo. Al día siguiente la puerta del señor kowalski aparece plagada de flores, agradecimiento de la familia por su acción.

  A los conocidos del cine de Clint esto empieza a sonarnos a otra maravilla del director. A quien no le suena  el señor Kevin Costner y un niño monísimo al que secuestra con una máscara de Casper. Eso es, hablo de las relaciones de cariño en situaciuones no precisamente fáciles ni para unos ni para otros, que ya se nos mostraban de manera también impecable en Un mundo perfecto.





  Sin embargo, y aunque es casi imposible obviar ninguna escena en la que el señor Eastwood hace acto de  presencia, yo me quedo con otra. La total vulnerabilidad del personaje queda completamente representada en la cara de Kowalski, cuando después de acudir al médico (el anciano lleva días tosiendo sangre), llama a uno de sus hijos buscando de alguna manera cariño, algo que, como podemos imaginar, no encuentra en sus palabras.

  Es aquí cuando una servidora comenzó a sentir ese nudo en la garganta que intentas evitar que se convierta en lágrimas, lo que significa que Clint esta de enhorabuena: una vez más a conseguido introducir de lleno al espectador en la complicada estructura psicológica que nos estaba planteando.

  Vale la pena mencionar por supuesto, que es una película con moraleja: la intolerancia no lleva a ningún sitio, y los prejuicios pueden hacer que nos encontremos realmente solos a lo largo de nuestra vida. Una moraleja que deberíamos tener en cuenta todos viendo ciertas actualidades en los medios de comunicación.

  Con unas imágenes cuidadas al milímetro, un escenario totalmente adecuado y un final desgarrador, el señor Eastwood vuelve a dirigir una película que se graba a fuego en la retina y la memoria de sus espectadores.

ATENCIÓN: La película se rodó en 35 días y no pierdan de vista dos detalles importantes: Ahney Her, actriz que da vida a Sue, porque su interpretación llamó poderosamente mi atención, y la canción hablada que se escucha al final, durante los títulos de crédito, compuesta y narrada (mas que cantada), por el propio director.


La masacre de los sueños





  Una música que pone los pelos de punta, unas imágenes hiperrealistas mezcladas con una historia difícil de digerir y no apta para hipersensibles, son el contenido de Réquiem por un sueño de Darren Aronofsky, quien nos ha deleitado hace pocos meses con la kafkiana Cisne Negro.


  No estamos precisamente en una época de esplendor para el cine social, o al menos cine social comercializado, no sé si por la indiferencia del público ante la realidad, o por su pasión por la total evasión con superhéroes que poco tienen que ver con la vida real. Por eso cabe recordar películas de calibre como esta y recordarnos a los cinéfilos interesados por las historias sencillas e impactantes, que podemos acudir unos años atrás a obras como ésta.

  Es cierto que desde su estreno, hace ya once años, se ha dudado de si considerarla obra maestra o no. Eso depende mucho de que concepto se tenga sobre tal término. En mi opinión, para que una película sea una obra maestra debe romper moldes, ser diferente, lo que no tiene que implicar que sea ostentosa, y perdurar en la memoria con un final o una esencia que con el paso del tiempo venga a decir lo que dijo en su día. Si basamos el término en mi teoría, podríamos decir que, sin serlo a cien por cien, se trata de una pequeña gran obra maestra del cine que sin duda solo tiene dos tipos de espectadores: los que la odian y los que la adoran.


 Puede que su argumento, mejor dicho, la esencia del mismo no sea nuevo en el panorama del séptimo arte. No es casualidad que me venga a la mente otra crítica ácida de la sociedad y el consumo de drogas al estilo ochentero como Trainspotting al verla, pues ambas poseen ingredientes comunes: la esencia es la adicción por las drogas tomadas éstas como vía de escape de la realidad, creando en sus personajes sueños imposibles para sus tormentosas y solitarias vidas. Es decir, una sociedad, para algunos minoritaria, yo diría que metafóricamente mayoritaria, plagada de personas infelices que se obsesionan con una felicidad plena sin calibrar si realmente existe.

  Además de las imágenes hiperrealistas, no debemos olvidar a Ewan McGregor entrando por la taza del váter y nadando con pececitos, el bebé muerto gateando por el techo entre el delirio del mono del protagonista, que bien podría compararse con la señora Goldfarb ( una estupenda Ellen Bursty, quien casi consigue el Oscar por este personaje) y su frigorífico amenazante (aviso, porque después de esta película serán pocos los que se acerquen a su refrigerador sin recordar la escena). Esta maraña de sin sentidos cargados de simbolismo en su contexto nos lleva a analizar a sus personajes. 


  Cuatro son los protagonistas de la historia y aunque, aparentemente no tienen nada en común en sus personalidades, todos tienen un objetivo: la felicidad, la obsesión por cambiar sus vidas para poder ser felices y la evasión momentánea de su asquerosa realidad.

  Sara Goldfarb madre viuda con un hijo drogadicto y amante de los programas de televisión, su única compañía real, cuyo sueño es salir en televisión y sentirse querida por el público; su hijo Harry (impecable Jared Leto), ambicioso camello y consumidor ingenuo y desequilibrado emocionalmente, enamorado de Marion (la camaleónica Jennifer Connely), una niña bien cuyo símbolo de rebeldía ante unos padres indiferentes es evadirse a través de las drogas y estando con Harry, un chico no apropiado para ella; y Tyrone (un flojito pero que aprueba con 5 raspado, Marlon Wayans), también drogadicto amigo de la pareja, cuyo fin es llegar a ser la persona de la que su madre se sentiría orgulloso.

  La soledad interna es el punto de partida de todos los personajes en busca de realizar un sueño, de mejorar su situación y sentirse queridos y aceptados.
  Esta claro que es uno de los films que más me ha impactado últimamente, algo que resulta difícil en los tiempos que corren y que considero es fundamental en el cine: sorprender, innovar y crear un mensaje contundente, tres ingredientes que si nos ofrece esta película.

  Un final difícil de olvidar que no deja indiferente a nadie, como culminación de una película que me planteó una pregunta muy clara, ¿merece la pena obsesionarse con un concepto tan abstracto como es la felicidad plena, soñar con él, sin saber realmente si existe? Y quizá plantearía otra más, ¿evadirnos nos hace cobardes o ignorantes?


ATENCIÓN: Aunque podría nombrar muchas escenas que dejarían los pelos de punta, me resulta tremendamente especial la escena en la que Harry llama a Marion desde la cárcel, una despedida que parece decir “hasta luego”, cargada de sentimiento amargo y a la vez tierno. 





¡Bienvenidos!




Bienvenidos a lo que me gustaría que fuera un blog de arte, ¿y por qué de arte?


Porque sin duda el arte es el motor de los sentimientos y es una de mis grandes pasiones. Como buena cinéfila, mi propósito es hacer de este blog un consultorio para todo el mundo, en el que haré una serie de críticas, personales y debatibles por supuesto, sobre películas. No es mi intención que sean solo películas expuestas en las carteleras de cine porque para eso ya existen montones de revistas y páginas sino, películas de todos los años y tipos. Sobra decir que acepto propuestas de títulos que quizá aun no haya visto y que podremos comentar a través de mi blog.

También, y esto ya  modo personal, quiero que sea un espacio para mis opiniones y escritos que espero sorprendan a más de uno. Dicho esto solo os pido que miréis, comprobéis y después juzguéis.

Un gran saludo.